jueves, 16 de septiembre de 2010

El valor de las cosas



¿Quien puede juzgar lo que somos?


Un joven estaba tan deprimido que fue a pedir consejo a un sabio. Le habían dicho que vivía en las afueras de la aldea, y cuando llegó a su cabaña lo encontró barriendo las hojas de otoño.
-Maestro, me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
Sin mirarlo, el sabio le dijo:
-Cuánto lo siento, no puedo ayudarte, antes debo resolver un problema que tengo... - y luego de una pausa agregó- Pero si quisieras colaborar conmigo, yo podría solucionar mi tema con más rapidez y después te ayudaría.
-E...encantado, maestro -titubeó el joven.
-Bien - asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, le dijo- Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Toma el caballo que está allí y ve hasta el mercado. Trata de obtener la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y vuelve con esa moneda.
El joven montó el caballo y partió veloz.
Apenas llegó al mercado, comenzó a ofrecer el anillo a los puesteros. Algunos lo miraban con cierto interés, hasta que el joven les decía cuánto costaba. Entonces unos se reían y otros le daban vuelta la cara. Sólo un anciano amable le explicó que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de ese anillo. Le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.
El muchacho no se dio por vencido y siguió ofreciendo el anillo a cada persona que veía en el mercado, pero todos rechazaban su oferta. Abatido por su fracaso, tomó el caballo y emprendió el regreso. Cuánto hubiera deseado tener él mismo una moneda de oro. Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir consejo y ayuda.
Apenas llegó a su casa, le dijo:
-Maestro, lo siento, no es posible conseguir lo que me pidió. Quizás podría obtener dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Tengo la solución, joven amigo -contestó el maestro-. Agarra al caballo y ve donde el joyero. Pídele que te cotice el anillo, así tendremos una idea justa de su valor.
A pesar de estar cansado por el ajetreo del mercado, el joven obedeció. Entregó el anillo al joyero, que lo examinó a la luz del candil con su lupa y lo pesó:
-Dile al maestro que su anillo vale ochenta monedas de oro- le dijo- yo podría conseguirle esa suma, dependiendo de lo apurado que esté. 
-¡¿Ochenta monedas de oro?! -exclamó el joven.
-Sí -respondió el joyero- ese es el valor. Pero si necesita venderlo con urgencia, quizás tenga que rebajar unas diez monedas.
El joven tomó el anillo y volvió emocionado a casa del sabio.
-Siéntate –le ofreció el maestro.
Cuando el joven terminó su relato, el sabio habló:
-Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?
Dicho esto, el maestro volvió a ponerse el anillo en su mano izquierda

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